Había una vez, un león fuerte y poderoso llamado Christopher. Christopher era el jefe de su manada y el rey de la selva. Por la mañana se despertaba pronto y se aseguraba de que toda su manada estuviera en pie, luego iba a cazar y por la noche jugaba con las crías para así enseñarles como ser un buen león. Eso era lo que necesitaba, una cría. Christopher era un macho con una privilegiada carga genética y su responsabilidad era tener herederos, sin embargo no le atraía ni una sola hembra de su manada. Por eso él seguía con su vida, cuidando de los suyos y de si mismo.
Un buen día, Christopher decidió que tenía que encontrar a una hembra, por eso empezó a alejarse de su cueva para buscar a alguna. A lo lejos vió a un precioso ejemplar reposando bajo la sombra de un árbol, enamorándose de inmediato y corriendo hacia allí mas no era una leona sino un león que como había estado malito no tenía melena. Aunque Christopher (que no era tonto ya que para algo era el rey de la selva) se dio cuenta de que era un macho, era la primera vez que se sintió atraído por otro ser así que de todas maneras se lo tiró para probar. El otro león, llamado David, le dio permiso y le gustó mucho. Ambos se habían enamorado muchísimo y quedaron en verse al día siguiente en el mismo lugar.